Esta historia es un rollo

En la Edad Media no existían cepillos de dientes, perfumes, desodorantes y mucho menos papel higiénico. Las heces y orinas humanas eran tiradas por la ventana del palacio.  En la Edad Media la mayoría de las bodas se celebraba en junio, al comienzo del verano. La razón era sencilla: el primer baño del año era tomado en mayo, así que el olor aún era tolerable. Pero, como algunos olores ya empezaban a ser molestos, las novias llevaban flores, al lado de su cuerpo para disfrazar el mal olor. Así nace la tradición del ramo de novia. Los baños eran tomados en una bañera llena de agua caliente. El padre de la familia iba primero, luego los otros hombres de la casa por orden de edad, después las mujeres y, al final los niños y los bebés, por lo que se podía perder uno dentro del agua sucia. Años más tarde, en un día de fiesta, la cocina del palacio era capaz de preparar un banquete para 1.500 personas sin la más mínima higiene, pero los palacios fueron construidos sin baños. En las fiestas, la gente se abanicada, pero no por el calor, sino para disipar el mal olor que exhalaban por debajo de los vestidos, ya que no había costumbre de bañarse por la falta de agua. Así, también espantaban los insectos que los seguían. Quien ha estado en Versalles se ha maravillado con sus jardines, enormes y hermosos que en la época no estaban para ser contemplados, sino usados como retretes en las fiestas promovidas por la realeza. En la antigua Roma se usaba una esponja atada a un palo y sumergida en un balde de agua salada en los baños públicos. Los usuarios compartían la herramienta, con la que se «refrescaban». En 1891 emperadores chinos ordenan la fabricación de hojas especiales, mientras en América se usaron las mazorcas de maíz hasta el siglo XVIII y en zonas costeras se echaba mano de conchas marinas o cortezas de coco. En otras zonas encontraban muy útiles los libros y revistas, almanaques y catálogos de tiendas. Podría decirse que 1857 marca el inicio de la «democratización» del baño. Ese año el empresario neoyorquino Joseph Gayetti sacó a la venta el «papel terapéutico Gayetti». Terapéutico en verdad, dados los antecedentes: se trataba de hojas de papel especial para el baño, aderezadas con humectantes y químicos, a un precio altísimo para la época. Gayetti no tenía el menor reparo en pregonar que «papel terapéutico» era hijo de su ingenio, de hecho, su nombre aparecía impreso en cada hoja. Poco cambió el papel de baño los siguientes treinta años, hasta que Scott lo «enrolla». En aquel entonces intermediarios dieron la cara por la avergonzada compañía que omitió su nombre, y así fue como el hotel Waldorf de Nueva York apareció como uno de los nombres grandes en el negocio del papel higiénico. En 1932, la depresión obliga a los fabricantes a repensar su estrategia de ventas. La marca Charmin introduce el papel económico de cuatro rollos. Pero quizás, el gran reto para la tecnología del papel higiénico fue por largo tiempo el de lograr una fibra más «gentil». En este sentido, la introducción del papel de dos capas en 1942 por la empresa St. Andrew, en el Reino Unido, fue un avance notable. La importancia del papel de baño para el hombre moderno fue reconocida, de algún modo, en 1944, cuando el gobierno de los Estados Unidos distinguió al fabricante Kimberly- Clark por sus «heroicos esfuerzos» en el suministro del producto a los combatientes durante la II Guerra Mundial. Hoy, los hay de todos los colores, texturas y empaques. Y aunque de tanto en tanto algún fabricante sorprende, parece que la evolución del rollo tocó techo. Inventores japoneses amenazan con convertirlo en una especie en vías de extinción: en 1999 dieron a conocer el «inodoro sin papel».